Marrakech no es una ciudad que impacte por sus monumentos, ni que tenga sorprendentes museos que ver, es más bien un viaje a un mundo distinto a muy poca distancia. Es una ciudad que se vive con los cinco sentidos. Olores desconocidos, sabores nuevos, músicas árabes, preciosas postales y texturas inigualables.

Por la mañana, se pueden encontrar desde domadores de monos que se te subirán encima hasta encantadores de serpientes, pasando por dentistas exponiendo sus últimas piezas extraídas. Además de los extraños personajes, en Jamaa el Fna también encontraréis multitud de puestos de zumo de naranja, especias, menta y caracoles. Al caer la noche, se encienden las luces y desaparecen los tenderetes de la mañana y se llena de puestos de comida donde poder cenar, músicos improvisados y espectáculos de diferente índole.

Y, si compras algo, no olvides regatear. El arte del regateo para ellos es una tradición y si no lo haces se lo pueden tomar incluso como algo ofensivo. La clave es, dicen, no pagar más de un tercio de lo que pidan inicialmente.

Los Jardines Majorelle, creados por el pintor francés y que le sirvieron como fuente de inspiración, y más tarde adquiridos por Yves Saint Laurent, son unos jardines preciosos con gran multitud de plantas. Lo mejor es el frescor que se respira gracias a la abundante
vegetación, y que será de agradecer en los días calurosos. También, los Jardines de Menara, en los que se puede ver un gran estanque presidido por un edificio muy llamativo y miles de olivos que se riegan gracias a él. El edificio central que preside el lago fue encargado por el sultán Sidi Mohammed y se dice que antiguamente fue el lugar de los encuentros amorosos de los sultanes de la ciudad.


¡Ve a sentir Marrakech!
Buena entrada, si señora
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